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Subpáramo

En las fronteras entre el bosque altoandino y el páramo, las abejas trabajan con una flora adaptada a condiciones extremas. Esta miel refleja la mineralidad de los suelos y la nobleza de las plantas nativas de altura, con una dulzura que se percibe en cada cucharada.

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En la cresta de las montañas, la tierra se hace humilde. Aquí los árboles se encogen —pocos superan los cinco metros— y los arbustos se agrupan como rebaños contra el viento. El silencio no es vacío, sino pleno: un manto tejido con el susurro del aire y los trinos esporádicos de los pájaros que saltan entre ramas, como si jugaran a no romper la quietud.

Las nubes son viajeras impacientes. Bajan a veces, arrastrándose por las laderas, pidiendo al silencio que les muestre el camino. Cuando se van —siempre demasiado pronto—, el sol las reemplaza con su ardor.

 

Es entonces cuando las abejas emergen, laboriosas. Sus vuelos zigzagueantes pintan rutas invisibles entre flores diminutas: capitanean el brezo, husmean entre los frailejones, se pierden en las corolas de las gencianas. Cada néctar que recolectan guarda el sabor agreste de la altura: notas herbales y la dulzura de las flores que solo aquí saben crecer.

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Características Organolépticas

  • Color: Muy claro, casi blanco, a veces perlado.

  • Aroma: Intenso, con notas herbales.

  • Sabor: Dulce y toques florales.

  • Textura: Cremosa, fácil de untar.

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